La cabaña de sus ancestros

Proyecto de Adictos a la escritura: El desafío:
El primer párrafo fue propuesto por Virgil Phoenix.
Marzo 2014
La joven se encerraba en su habitación e intentaba comprender en silencio. Los recuerdos naufragaban en su mente y cada vez le era más difícil ponerlos en orden. No había hablado con nadie al respecto, temía lo que pudiesen pensar. No confiaba en nadie, por lo que prefería cargar con todo por sí misma, pero comenzaba a derrumbarse. Cubrió sus ojos con las manos y se mordió el labio inferior. No podía soportarlo más, los fantasmas le perseguían. Estaba muriendo, poco a poco, todo se desvanecía. Intentó tranquilizarse recordando los buenos tiempos que solía pasar en la cabaña.
Amaba la cabaña y a los “invitados”, como los llamaba su hermano mayor. En aquel entonces ella no podía verlos, quizá por eso era tan sencillo considerarlos bellos. Ahora les tenía terror. No querían resolver sus asuntos, no querían ser guiados. Sólo querían quedarse, y no estaban sólo en la cabaña sino en todos lados.A veces la ignoraban, a veces los ignoraba ella.

Pero había muchos que parecían querer hacerle daño. La hacían enojar o escondían sus cosas. Se burlaban, la confundían. Y no la dejaban sola un segundo.

Su hermano, el único al que ella hubiera querido ver, no se presentó nunca. Todavía no superaba su pérdida y, ahora que había heredado su habilidad, necesitaba que le explicara por qué había tantos fantasmas acosándola y qué debía hacer para que se fueran.

Al no haber rastros de él, empezó a investigar, intentó de todo para que los menos vivos la dejaran en paz. Pero lo único que había logrado era que amigos y familiares le recomendaran una visita al psicólogo. En menos de media hora, supo que era el especialista el primero del que debía desconfiar. Pero no el último. Un simple descuido y la encerrarían en un cuartito de paredes acolchadas.

Así que sólo podía encerrarse en su habitación y soportar a sus acosadores tan silenciosamente como le era posible.

Sabía, sin embargo, que no soportaría mucho más. Los recuerdos de los muertos se mezclaban con los suyos, y cada vez se reducía más su contacto con el mundo de los vivos. No podía comer, estudiar, conversar, ni nada. Porque estaba siempre tratando de ocultar su secreto. ¿Acaso no la encerrarían de todos modos?

Y ahora, mientras se concentraba en sus pocos recuerdos claros, también pensaba en el presente. No tenía idea de qué hora o día era, dónde estaban sus padres, o cuánto tiempo llevaba encerrada en esta habitación que cada vez parecía menos suya y más de los fantasmas.

Tenía que poner fin a todo eso.

«Si no puedes con ellos», recordó, «úneteles».

Fue, con todos sus ahorros y toda su paciencia, hasta el supermercado. Compró lo necesario para darse un banquete y luego se fue con todo eso y las pastillas que no había estado usando por más que sus padres y el psicólogo creyeran que sí.

Encontró la cabaña justo como la recordaba, pero llena de polvo y hojas secas. Limpió un poco en la zona de la cocina y sala, sólo para estar cómoda una última vez. Ni siquiera estaba rodeada de fantasmas.

Empezaba a dudar. Todo volvía a ser lógico en el mundo y ya no parecía indispensable dejarlo. Y, en todo caso, ¿qué tal que no muriera por tomar esas pastillas? ¿ Y sí sólo conseguía acabar encerrada más pronto? Tal vez tampoco eso era tan malo: ¿Y si el lugar era libre de fantasmas, como esta cabaña?

La cabaña a la que su hermano iba para hablar con sus ancestros estaba demasiado vacía. No tenía demasiado sentido. A su pesar, no pudo soportar la tentación de explorar toda la cabaña, y al final incluso reunió valor para ir al cuarto en el que su hermano solía verlos.

Ahí estaban algunos bisabuelos, la tía-abuela que había muerto muy niña… ¡Su hermano!

Tenía tantas preguntas: sobre la habilidad de ver a los menos vivos, sobre la cabaña, sobre él… Temía que no tuviera tiempo, pero hubo más que suficiente.

Supo que ellos se quedaban en la cabaña, que estaban muy felices de verla, y que no sabían que ella tenía el don ahora, aunque tampoco les sorprendía mucho. Por desgracia, ni su hermano ni los demás parientes sabían como manejar a los fantasmas molestos.

Era por eso que estaban ahí, en el único lugar del mundo al que los demás no vivos nunca entraban. Y ella también se quedó. Un día. Un mes. Un año…

¿Cuándo fue que murió de inanición? Daba lo mismo, las únicas personas que le hacían compañía en la cabaña estaban tan muertas como ella.

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