Impostura

No era ella.

Semanas atrás, cuando volvían del Lago Infinito, había elegido creer que esa impresión era el resultado de las obvias diferencias físicas, pero Fidaki no sólo era un chico, más delgado y quizá un poco más alto que Iuner. También era diferente de verdad.

La chiquilla era paciente y reflexiva; tenía la empatía que a Gerusa le faltaba, y buscaba la belleza en todo.

Fidaki era como un petardo: iba a toda prisa y todo lo acababa con un estruendo. No estaba buscando la belleza en ningún lado, porque no estaba buscando nada; excepto, quizá, un nuevo guardarropa. Y nada de lo que había considerado vestir era bello.

Los materiales y el estilo sencillo eran algo más lógico dado el tipo de trabajo que hacían, pero no le sentaban. Sobre todo los colores oscuros, que Gerusa identificaría siempre como un color de adulto. En dónde él había crecido, hubieran dicho que el niño estaba disfrazándose de “persona grande”; algo patético para alguien que lucía como si atravesara la adolescencia. En el único mundo de la capa Terránea, habrían supuesto que era un chico muy triste o muy enojado.

Lo peor era que seguía haciendo cambios y arreglos a cada atuendo. Gerusa temía que perdería la cabeza si tenía que volver a dar su opinión sobre cuál manga estaba mejor doblada.

Iuner quizá tenía gustos poco prácticos, pero no pasaba un minuto eligiendo ropa, mucho menos varias semanas.

Y el problema no era que fuera vanidoso o indeciso.

Lo que había acabado de convencer  a Gerusa de que no había nada de su mejor amiga en este niño, era que Fidaki tenía miedo de todo.

Al inicio, había parecido un cambio positivo. Por fin podía dejar de preocuparse porque la conducta desprendida de su amiga (amigo, ahora) fuera la receta para sufrir una muerte noble y dolorosa. Siempre había pensado que era mejor que tuviera menos de ese valor.

Fidaki tampoco le mostraba la admiración y confianza absolutas que él de ningún modo merecía. Sería lo más saludable para el niño. 

Pensó que había madurado.

Pero una cosa era la prudencia y otra la cobardía. Fidaki caía en lo segundo.

Había conseguido convencerlo de rechazar cada posible asignación en el trabajo durante varias semanas. Incluso cuando se trataba de tareas que Iuner hubiera ido a solicitar, convencida de que ellos eran las personas correctas para el trabajo, este eco suyo prefería mantenerse lejos del peligro.

Si ahora mismo estaban en el banco de datos que un escurridizo ladrón de poca monta podría intentar robar, era porque él había decidido que podía ir sólo y Fidaki lo había alcanzado cuando tomaba el tren.

Ahora parecía nervioso. Eso tampoco solía hacerlo Iuner.

―Niño. No tienes que…

―Tengo que decirte algo ―Fidaki lo interrumpió, pero luego se quedó callado.

Gerusa comenzó a formular una invitación para que continuara, cuando escuchó las puertas de seguridad abriéndose. Todas a la vez.

Vaya delincuente menor les habían asignado. ¡Se suponía que trabajaba solo y se colaba en los edificios, indetectable e inofensivo como la neblina baja!

―Tu revisa el recibidor principal ―ordenó, mientras iba al área de emergencias.

La primera vez que trabajaron juntos, se había negado a dejar que su compañera verificara el área más amplia, pero de inmediato había aprendido que la magia de traslación permitía cubrir más terreno.

No escuchó la protesta del chico.

***

Fidaki corrió hasta la entrada más cercana. Para cuando llegó, la puerta volvía a estar cerrada.

Que extraño.

Si había oído la puerta al abrirse, ¿por qué no la había escuchado al cerrar?

Miró alrededor. Los pasillos que llevaban a bodegas en desuso estaban demasiado oscuros y no había nada que ver en el corredor iluminado. Si alguien se ocultaba en los pasillos, completaría su misión antes de que él volviera. Necesitaba ver esos pasillos.

La luz que se encendió en cada rincón, antinatural y demasiado intensa, lo cegó por un segundo.

―Hichciadv ―la maldición en su idioma natal hizo eco en los pasillos vacíos, mientras las luces volvían a apagarse. Todas.

Había olvidado lo irritante que era esto. ¿Cuánto más iba a durar?

Empezó a andar hacia la puerta antes de que la luz del corredor se encendiera de nuevo. Deslizó el índice sobre la cerradura. Un chasquido anunció que se abría; uno más, que se estaba cerrando. No abriría sin la magia correcta.

Debió haber empezado por esto. 

Tonto.

Y si luego no abría, sería una preocupación para mañana.

Gerusa había dicho que podía atrapar al ladrón él sólo, y tendría que hacerlo, pero sin preocuparse por todas esas salidas.

También encontró cerrada la entrada de empleados. Y la siguiente. Ni una pista del ladrón.

Por fin alcanzó la puerta principal.

―¿Cerraste todo? ―preguntó Gerusa, desde la tienda de regalos, donde dominaba la penumbra―. ¿Puedes dejar la última? Aquí lo esperaremos.

―De acuerdo ―replicó el niño, un poco sorprendido por el tono amable. 

El plan le hubiera parecido razonable: la unica puerta abierta, era un buen cebo Pero estaba impaciente por acabar con esto.

La prisa era un rasgo del otro. “Es una influencia terrible”, pensó Fidaki, con una sonrisa.

El sonido de cristales rotos lo sacó de sus pensamientos.

―¿Puedes  guiarlo hasta acá? ―preguntó Gerusa, más cerca, pero aún en la semioscuridad de la tienda.

Sólo le faltaba decir por favor. Por lo visto, Fidaki no era el único que estaba cambiando. Y no le gustaba la idea.

―¿Yo por qué? ―rezongó, sólo porque de pronto no quería reforzar ese comportamiento tan impropio de su amigo.

Antes de que el otro formulara alguna respuesta, se puso en camino.

No escuchó el suspiro de alivio, y no vio al otro salir de la sala en penumbra mientras él corría sobre sus pasos.

Seguía estando impaciente. Hubiera querido ir de inmediato al sitio donde creía que había oído el ruido. O, mejor todavía, quedarse para detener al tipo. Usualmente esa era su tarea, mientras Gerusa guiaba a la presa. Pero hoy no podía cumplir su tarea habitual.

Un momento.

Ya estaba deteniéndose mientras lo comprendía: Gerusa no sabía que él estaba teniendo problemas que la anciana Iuner no tenía.

Tampoco estaba volviéndose  amable. La cortesía era algo que Gerusa sólo podía imitar. Igual que  una considerable cantidad de actitudes que nacían de las emociones que no podía sentir. Gerusa fingía cuando hacía falta, y sabía que no hacía falta fingir con él.

Lo que vio al darse la vuelta confirmó sus sospechas.

La persona que se deslizaba hacia la salida no era el robusto defensor de las normas que había venido  con él, sino un escuálido y silencioso ladrón. ¿Cómo había  imitado tan bien a su compañero?

Su grito de advertencia fue inaudible incluso para él, como lo era el motor de la puerta que se abría. Lo que sea que estuviera haciendo era algo nuevo para él, a pesar de todo lo que había  visto y oído en sus muchos siglos. No se sentía como magia, debía ser otro tipo de habilidad.

No podía dejar escapar a una persona que además de estar robando, tenía un don no documentado.

Pero tampoco podía detenerlo en sus condiciones actuales.  Si lo intentaba… 

―¡Niño! ―exclamó Gerusa, deteniéndose a su lado.

Fidaki dio un saltito. No lo había oído venir.

―¿Estás bien? ¿Qué pasó?

―¡Que se escapa! ¡Detenlo! ¿Qué diablos haces aquí platicando conmigo?

Por un segundo, Gerusa no hizo nada más que verlo con cara de sorpresa,  luego corrió tras el delincuente.

Fidaki hubiera querido ayudar, pero en lugar de eso se quedó ahí, tratando de recordar si había estado gritándole a Gerusa todo este tiempo.

El silencio absoluto no ayudaba a distraerlo de esas ideas que hubieran podido ser útiles en otro momento pero ahora sólo lo distraían.

¿Silencio… absoluto? Eso no tenía sentido.

***

Gerusa no había perdido los sentidos, pero bien podría ser así. El zumbido era tan fuerte que era imposible concentrarse en otra cosa y sus ojos se habían llenado de lágrimas. Aún así, no aflojó su agarre sobre el delincuente.

Nunca había aprendido a soltar. Iuner solía recomendarle que trabajara en eso, pero se había retractado el día en que fueron al Lago Infinito. Le había dicho que a veces estaba bien aferrarse, siempre que estuviera seguro de que era lomejor.

―Tienes que soltarlo ―gritó Fidaki, a sus espaldas, como si también en eso quisiera contradecir al recuerdo de Iuner.

Se giró hacia la voz, ignorando el quejido del delincuente al que sacudía como un trapo. 

Apenas alcanzó a ver al niño. Sus ojos aún estaban empañados, pese a que el zumbido se había ido repentinamente (¿Cuando escuchó la voz?¿Antes? No lo recordaba). Así, parecía que el niño tenía cara de preguntarle algo, no de dar instrucciones. Pero repitió la orden.

El no obedeció ciegamente como había hecho un par de minutos antes.

―¿Qué está mal contigo? ―preguntó, en cambio.

―Suelta ―dijo el mago, negando con la cabeza―. No es él.

Parpadeó, intentando enfocar la vista. Estaba demasiado oscuro para ver bien al chico, pero se notaba que algo no le gustaba, porque movía la cabeza como buscando el origen de algún tipo de amenaza.

―Déjalo ―insistió, pero estaba sacudiendo las manos como solía hacer Iuner cuando estaba molesta, sólo que mucha más energía―. Hay que buscar lo correcto.

Era como una versión aumentada de su amiga, aquella vez que por fin había conseguido enojarla de verdad, cuando ella todavía no entendía que él no ignoraba a propósito las necesidades y los miedos de los demás.

Era divertido.

―¡Contesta mi pregunta primero! ―insistió Gerusa―Dijiste que cambiarías, pero no en lo importante. Estás diferente en lo importante.

―¡Te dije que lo d…! ―Fidaki se interrumpió y se cruzó de brazos, como un niño tratando de hacer un berrinche sin gritar. Y así, justo así, era Iuner, cuando Gerusa colmaba su paciencia.

El niño vino hacia ellos a grandes zancadas. Ya no cruzaba los brazos, pero tenía los puños apretados y ahora que estaba más cerca, ¿estaba haciendo un puchero?

―Deja ir al tipo ―dijo, pero todo parecía fuera de lugar, porque estaba dirigiéndose al sujeto que prácticamente colgaba en manos de Gerusa―. ¿Por qué no lo haces?

El guerrero estaba culpando a la falta de luz por esa sensación rara de que el movimiento que alcanzaba a ver en la mandíbula del chico no cuadraba con las palabras que acababan de salir de su boca, pero el pensamiento no llegó a formarse del todo, porque entonces el niño exclamó otro “Ya suéltalo” y golpeó al ladrón en el rostro.

Fue un golpe débil, apenas un roce de los largos y delgados dedos del chico. Y sin embargo, el tipo perdió el conocimiento en un instante.

―¿Está vivo? ―preguntó Fidaki, al instante. Su voz era rasposa como si hubiera estado gritando; su tono, desesperado―. ¡Dime que no lo maté! ¡Intenté no matarlo, pero estaba…! ¡Es que me sacó de mis casillas!

―¿Qué?

***

El tipo desesperante estaba vivo.

Efectivamente no era un mago. La encargada del Laboratorio del Noveno Mundo estaba loca de dicha cuando Fidaki le contó que ese criminal había hecho desaparecer su voz con la misma facilidad con la que imitaba a cualquiera de ellos.

―¡Y ni siquiera estaba hablando! Sólo… solo se oía nuestra voz.

Al ir hacia él para hacerlo callar, sabía que estaba tan harto por la suplantación, que lastimaría al muchacho, pero suponía que, si usaba magia gestual en lugar de la que se basaba en sus emociones, podría no ser tan severo.

Pero se  había sentido demasiado… bien.  Había puesto emoción en ese golpe.

Daba igual. Estaba vivo y probablemente mentía al decir que su habilidad de forzar y callar sonidos había desaparecido.

Ahora era problema de alguien más. Lo custodiaban sordos, telépatas, o algún otro guardia al que no podría engañar aunque su poder funcionara.

Fidaki podía ocuparse de sus propias dificultades.

―Cuando me preguntaste que anda mal conmigo. Sí te contesté.

―No, no es cierto. Lo que sea que dijiste, lo dijiste negando la cabeza. Y yo sé que sí te pasa algo.

―Dije que “nada, es normal”. 

―¿Normal? ¡Estás rarísimo!

―Estoy de mal humor. Y… sí, es posible que en eso reaccione un poco como harías tú. Eres una mala influencia.

―¿Y por  qué estás de mal humor? Y si dices que es porque no encuentras accesorios que no te estorben al moverte…

―No. Lo de la ropa es hasta divertido. El problema es la magia.

―¿Qué? Si estás mejor que nunca. Apenas lo tocaste…

―La magia es mejor, pero yo tengo la experiencia de siempre. Todavía no me familiarizo con esto y… se me va de las manos. Así que prácticamente no puedo hacer nada sin preocuparme de volar en pedazos el objetivo o que el efecto dure demasiado. Y a veces se me olvida y… es un lío. Lo odio.

―Oh. Haberlo dicho antes. Tenemos que practicar mucho.

Estuvo a punto de insistir en  lo arriesgado que era, pero Gerusa lo sabía. Y no era la primera vez que lidiaba con un mago o con lecciones en que se corría el riesgo de una muerte accidental.

Sí, debería haberlo dicho antes.


 Inspirado por un ejercicio creativo propuesto en Fantasitura.

Desafío: La historia debe tratar sobre una habilidad obtenido aleatoriamente.

Para esta historia: Manipulación del sonido.