Nota policial ficticia

Este texto, inspirado por este reto literario, corresponde uno de los posibles resultados de un relato en el que estoy trabajando.


Reconocido distribuidor de magia y objetos exóticos acusado de homicidio

(noticia tomada del reporte vespertino de Lutahi. 22-16-1012)

En horas de la tarde, las fuerzas de seguridad de la ciudad exterior realizaron el arresto de Jooldak quinto, el reconocido distribuidor de magia y contenedores que ha ocupado primeras planas tanto por sus impresionantes logros como por los rumores negativos sobre su conexión con el tráfico de esclavos del vecino reino de Mobuhi. 

En esta ocasión, el comerciante es investigado como único sospechoso del asesinato de Mork Ibarzab, un navegante de Sthag. Los hechos ocurrieron en Puerto Espacial ayer por la noche.

El asesinato ha venido a empañar la celebracion anual de Los Juegos Tradicionales y Modernos, que en esta ocasión tiene lugar en el puerto, ya que por primera vez recibía participantes extranjeros, como una forma de dar la bienvenida a la nueva era de Sthag.

El oficial a cargo del caso declaró que Jooldak es el único individuo local con motivos para atacar al navegante, quien recientemente le arrebató su contenedor más preciado y la magia que guardaba en él, tras vencerlo en un juego de Sylinia. 

El comerciante asegura jamás haber estado en la nave de la víctima, y una fuente anónima de las fuerzas del orden confirma la falta de evidencia, sin embargo, en este momento el contenedor se encuentra desaparecido y no hay otros sospechosos.

Debido a las tensiones ya existentes en la política interna de Sthag y nuestros tratados con sus visionarios, el incidente es especialmente delicado y Jooldak enfrenta el riesgo de acabar condenado a una ejecución pública o incluso una condena de esclavitud.

La investigación sigue abierta y Shtag no ha realizado demandas oficiales.

«Cenizas»

Según el final escrito por Molly, la novela terminaba como había comenzado: con un fuego que moría y un adiós sin pronunciar.

Debía estar bien, pero algo no encajaba. Había sido muy sencillo vencer al gran monstruo y, después de tantas luchas, parecía poca cosa. Las lágrimas de Arleen no bastaban para reflejar sus sentimientos encontrados.

Tanto la escritora como el villano sabían que ese final no funcionaba. Pero Aaron el malvado no mostró su sonrisa de triunfo, sino que dio un pequeño apretón al hombro de Molly, y declaró: “Debe ser decepcionante. Sé lo mucho que deseabas verme fracasar.


Cuentos sobre cuentos
Colección de relatos que giran alrededor de algo que los personajes han escrito o leído,
el título corresponde a ese texto.

«El próximo año, sólo llama»


Molly arrebató el cuaderno de manos de Abigail con tanta fuerza que todos escucharon una hoja desgarrándose.

—¿Cómo que una semana? ¡No puede ser una semana! —exclamó, mientras revisaba—.  Maldiciónsíesunasemana. ¡Tenemos mal todo!

A estas alturas, ya no sabían si estaban destrozando la línea de tiempo de la novela, o si la línea de tiempo de la novela los estaba destrozando a ellos. Abigail estaba feliz de recordarles que eso no estaría pasando si hubieran planeado mejor antes de ponerse a escribir. Cuando lo hizo, Ana olvidó pedirle amablemente que se callara la boca, como usualmente habría hecho, así que Alan cedió ante la presión y prometió hacer las correcciones.

Abigail y Molly sabían que eso significaba que tendrían que hacer una cacería de errores después. Ninguna lo dijo y el silencio se extendió varios segundos en la sala de Alan. Era como si alguien hubiera olvidado su parte en una obra de teatro.

—Haru, ¿otra vez nos estás poniendo los cuernos con otra novela? —dijo Alan, ligeramente enfadado—. Al menos escribe algo que puedas terminar, ¿no? La forma en que miras al vacío cuando te da un bloqueo literario es perturbadora.

Lo hacía sonar como si el bloqueo de escritor fuera una enfermedad. Abigail y Molly pensaban que era sólo una forma de hablar, pero Ana (alias Haru) creía que eso era exactamente lo que era.

—Sólo tú saltarías a semejante conclusión sólo porque  estoy distraída —le reclamó.

—Es mi superpoder —él tomó sus palabras como una admisión de culpa—. A ver, déjanos leerlo y trataremos de ayudarte a encontrar la siguiente frase. Así podemos volver a trabajar.

—Pues te equivocas —Ana se cruzó de brazos. Luego, soltando un suspiro melancólico, agregó:—. Y esto es culpa de Molly. “Escribir sobre lo que te molesta ayuda mucho”, dijo.

—¿No funcionó? —preguntó Molly.

Todos interrumpieron más o menos al mismo tiempo.

—¿Qué? —Alan estaba riéndose.

—¡Estoy peor! —Ana emitió un quejido que debía haber sonado lastimero, pero en ella parecía amenazante. Luego, con el tono de irritación con que señalaba errores argumentales, explicó:—. Ahora tengo este personaje que es un conquistador de galaxias, y va y tortura a los vecinos de sus padres para tener con que pasar el tiempo, y su mamá está toda angustiada  porque van a perder varios contactos si esa gente se ofende por…

—¿Pues qué problemas tienes que acabaste escribiendo eso? —dijo Abigail, con una mueca.

—¡Eso no tiene nada que ver con ir a casa en navidad! —Molly era la única que sabía cuál era el dilema de su amiga, pero eso no le ayudaba a entender nada.

Eso bastaba para que Alan entendiera. Era su superpoder, después de todo.

—¿Tú familia te invita a una cena de navidad que dará para sus vecinos? ¿Estás segura de que tu protagonista no prefiere herir a sus padres, en lugar de los inocentes vecinos?

—Sería lo más justo —admitió Ana—, pero recuerda que son el tipo de gente que  invitaría a su amado hijo a una cena aburrida. Son mejores villanos de lo que él podría ser aún en sus mejores sueños.

Molly asintió solemnemente.

—Sea como sea, el cuento lo terminé. El problema es que no le encuentro título. Todo suena demasiado serio o demasiado corto.

Abigail estaba negando con la cabeza. Antes de que abriera la boca ya todos sabían que no iba a hablar sobre el cuento.

—¿Por  qué vas a ir a una cena que te parece aburrida? Esa no eres tú.

—Es que no voy a ir. ¡Pero los voy a extrañar! —Ana prácticamente suspiró—Todos  los años es la misma estupidez.

—Si quieres puedo pasar la nochebuena contigo —ofreció Alan.

—Oh, ¿tú me vas a animar? —replicó Ana, con tono sugerente.

—En cualquier forma que te apetezca —él intentó imitarla, pero no funcionó muy bien.

—Muy amable, lover boy —dijo Molly—, pero ella igual va a pasar la nochebuena separada de su familia.

¿Y por qué no los llamas? —recomendó Abigail.

—Porque entonces empiezan a preguntar porque no voy a ir, y me regañan como si fuera una niña caprichosa, hasta que acabo tan enojada que me porto como una niña caprichosa. Y luego, claro, se…

—Y quedan peleados —Molly volvía a  asentir con aire de buena conocedora.

—Nah, en la misma hacemos las paces. Es sólo hacer coraje por gusto.

Al oír  eso, los otros le recordaron que así era como ella y su familia se relacionaban. No iba a extrañarlos si estaban peleando como siempre.

—Ustedes tienen una lógica retorcida. Con razón los quiero tanto. ¡Bueno, pues! —Ana se enderezó y le pidió el cuaderno a Molly con un gesto—. ¡A trabajar! Hay que hacer ese dibujito que Aby llama línea de tiempo. Así Alan sólo tiene que hacer una revisión. Y, por todo lo que es bueno, Alan, revisa aunque sea las palabras que te subraya el corrector de ortografía.

Ya no les quedaba mucho tiempo para trabajar ese día, pero lo usarían bien. Ana estaba enfocada ahora que se le había ocurrido un título para su historia y tenía un nuevo enfoque para sus planes de nochebuena.

Casi media hora después, Molly inclinó la cabeza, pensativa, y preguntó:

—Haru, ¿por qué diablos te personifica un conquistador de galaxias?

—Él no me personifica, tonta. Lo que pongo en mis historias es el sentimiento, no a mí misma. Soy muy aburrida como para ser contada.


Cuentos sobre cuentos
Colección de relatos que giran alrededor de algo que los personajes han escrito o leído,
el título corresponde a ese texto.


Como un disco rayado

El joyero estaba en el escritorio. Inocente y temible.

“Mira lo que encontré la semana pasada”, había dicho su madre. “¡Cómo te gustaba esta cosa!”

Cómo en realidad no lo recordaba, Ana decidió vender el joyero. Pero antes tenía que revisarlo. Pesaba demasiado para estar vacío. Quizá contenía algo que acabaría en la repisa de la nostalgia, pero era más probable que también lo vendiera. Lo sabría al verlo. 

¿Por qué no lo había hecho todavía?

Alan no estaba por ahí para advertirle que esa pregunta podía ser importante, así que ella no se preocupó demasiado por responderla.

Sostuvo la caja con ese aire exploratorio que solía usar con los lápices antes de cambiar los  cuadernos por una portátil. Así fue como descubrió la pequeña manija. Ese descubrimiento le trajo una sensación familiar y estaba dándole cuerda a la cajita antes de darse cuenta. Ese traqueteo era, sin duda, la parte más agradable de las cajas de música. Era una oda al ingenio, la canción del ser humano dando vida a un objeto (de una forma perfectamente racional, obviamente).

El sonido la transportaba a esa ocasión en que, con siete años de edad, se había escondido en una pequeña bodega en casa de sus abuelos. Esperaba que sus padres  no se dieran cuenta de su ausencia y volvieran a su hogar sin ella. Su papá la encontró jugando con una antigua caja de música. Al escuchar sus explicaciones, su abuelo había estado conmovido,  pero su abuela no había dudado en darle un buen regaño por asustarlos así. Era un recuerdo divertido, la verdad. ¡Y ella había estado tan feliz, cuando la abuela le regaló este joyero en su octavo cumpleaños!

—“Es la misma canción de tu caja de música” —murmuró Ana, mientras abría el joyero. Al recibirla, tanto tiempo atrás, esas palabras habían sido un grito de sorpresa y alegría. 

Pero, por algún motivo, ahora estaba a punto de llorar.

El joyero sólo pesaba tanto porque era una caja de música. Lo único que había dentro era una hoja de papel,  doblada descuidadamente. Cuando la sacó para revisarla, Ana tuvo esa extraña sensación de haber hecho esto antes.

“Pues claro que lo he hecho antes”, se dijo, irritada. En su adolescencia (cuando escribía novelas de dos hojas en lugar de relatos de cinco mil palabras) siempre tenía hojas sueltas por todas partes. ¿Por qué ésta se sentía especial?

Tal como había supuesto, era su propia letra descuidada, en deslucido lápiz grafito. Algunas manchas con forma de gota hacían más difícil la lectura de algunas palabras.

—Pues, hola, relato sin firmar —murmuró. Sin duda era una historia, con el título garabateado en el margen: “Como un disco rayado”—. No te recuerdo.

La historia comenzaba con una adolescente escuchando la radio. la misma canción sonaba una y otra vez. Aunque no recordaba ese tema, Ana sabía que  no era un invento suyo. ¿Su abuela lo había mencionado? 

Sí. Había sido hacía años.  Estaban haciendo un postre para la celebración de nochebuena y Ana estaba tan concentrada que apenas si había notado la primera vez que su abuela dijo “¡Yo podía pasar todo el día oyendo ‘Oh Carol’!”. Simplemente disfrutaba de la actividad y de la rasposa voz de su abuela, que buceaba en la reminiscencia. Casi la escuchaba sonreír mientras decía que “En aquellos tiempos la música era puro amor y diversión. ¡Yo podía pasar todo el día oyendo ‘Oh Carol’!”

No pareció importante en el momento. Su madre y su abuela ni siquiera notaron la repetición, pero Ana se vio atrapada por la idea de que estaba viviendo el mismo instante por segunda vez. No había podido explicarlo bien, pero su mamá captó la idea al final, y le dio una palabra para esa sensación: “Déjà vu”. Quizá era la novedad, o la palabra era lo suficientemente rara. Por lo que fuera, la pequeña Ana se obsesionó con la idea a tal punto que inspiró su primera historia de ciencia ficción. Terrible, irrescatable. Pero ahí era dónde su destino se había decidido. Y quizá también el de su abuela.  

Una lágrima cayó justo al lado de una de las antiguas manchas que delataban el llanto de la última vez que Ana había leído esta historia.

La escritora compadeció a su yo de trece años, llorando a solas y tentada a destruir aquel ridículo papel y la historia que contenía. No había podido haceerlo, porque la abuela había estado orgullosa cuando se lo leyó. El relato tenia que durar para siempre, junto con los recuerdos que tenía grabados. Pero la abuela ya los había perdido, ¿cierto? ¡No podía recordarla ni siquiera a ella!

—¡Qué dramática era entonces! —Ana intentó reírse, pero recordaba demasiado bien como se había sentido entonces, cuando su abuela le había gritado por primera vez, llamándola extraña, intrusa.

Todos eran extraños esa semana. Pero los demás sabían lo que estaba pasando. Ella estaba en un punto de su vida en que no se enteraba de nadie más que de sí misma, y nadie le había explicado a tiempo. Luego del incidente, todos habían intentado hacerlo, asegurando que la abuelita volvería a la normalidad muy pronto. Ella no había sido incapaz de creerles.

Había sido la verdad, pero también mentira. Aquella pérdida de memoria era temporal. Pero volvió, cada vez con más frecuencia. Todo empeoró, poco a poco, justo ante los ojos de la adolescente, que creció temiendo el día en que la normalidad fuera eso. 

Por años, Ana y su familia habían luchado contra el olvido justo como los aldeanos de su primera novela habían enfrentado a la Mariposa Monarca: a ciegas, sin coordinación, sin esperanza, y con absoluta determinación. Tal como los aldeanos, habían perdido una y otra vez a lo largo de los años. Y seguirían haciéndolo.

No había lugar para las lágrimas. Los recuerdos felices de la abuela aún tenían valor, y lo seguirían teniendo aún cuando ella olvidara. Porque ellos seguirían siendo sus seres queridos, más allá del tiempo y la memoria.

Ana respiró profundo.

Guardó la página en el joyero, justo como antes. Y, justo como antes, cerró la caja mientras pensaba una plegaria por su abuela, por su salud y su felicidad. Y, en secreto, la súplica egoísta de ser recordada.


Cuentos sobre cuentos
Colección de relatos que giran alrededor de algo que los personajes han escrito o leído.
El titulo hace referencia al texto mencionado, no al relato que usted está leyendo.