Nota policial ficticia

Este texto, inspirado por este reto literario, corresponde uno de los posibles resultados de un relato en el que estoy trabajando.


Reconocido distribuidor de magia y objetos exóticos acusado de homicidio

(noticia tomada del reporte vespertino de Lutahi. 22-16-1012)

En horas de la tarde, las fuerzas de seguridad de la ciudad exterior realizaron el arresto de Jooldak quinto, el reconocido distribuidor de magia y contenedores que ha ocupado primeras planas tanto por sus impresionantes logros como por los rumores negativos sobre su conexión con el tráfico de esclavos del vecino reino de Mobuhi. 

En esta ocasión, el comerciante es investigado como único sospechoso del asesinato de Mork Ibarzab, un navegante de Sthag. Los hechos ocurrieron en Puerto Espacial ayer por la noche.

El asesinato ha venido a empañar la celebracion anual de Los Juegos Tradicionales y Modernos, que en esta ocasión tiene lugar en el puerto, ya que por primera vez recibía participantes extranjeros, como una forma de dar la bienvenida a la nueva era de Sthag.

El oficial a cargo del caso declaró que Jooldak es el único individuo local con motivos para atacar al navegante, quien recientemente le arrebató su contenedor más preciado y la magia que guardaba en él, tras vencerlo en un juego de Sylinia. 

El comerciante asegura jamás haber estado en la nave de la víctima, y una fuente anónima de las fuerzas del orden confirma la falta de evidencia, sin embargo, en este momento el contenedor se encuentra desaparecido y no hay otros sospechosos.

Debido a las tensiones ya existentes en la política interna de Sthag y nuestros tratados con sus visionarios, el incidente es especialmente delicado y Jooldak enfrenta el riesgo de acabar condenado a una ejecución pública o incluso una condena de esclavitud.

La investigación sigue abierta y Shtag no ha realizado demandas oficiales.

«Cenizas»

Según el final escrito por Molly, la novela terminaba como había comenzado: con un fuego que moría y un adiós sin pronunciar.

Debía estar bien, pero algo no encajaba. Había sido muy sencillo vencer al gran monstruo y, después de tantas luchas, parecía poca cosa. Las lágrimas de Arleen no bastaban para reflejar sus sentimientos encontrados.

Tanto la escritora como el villano sabían que ese final no funcionaba. Pero Aaron el malvado no mostró su sonrisa de triunfo, sino que dio un pequeño apretón al hombro de Molly, y declaró: “Debe ser decepcionante. Sé lo mucho que deseabas verme fracasar.


Cuentos sobre cuentos
Colección de relatos que giran alrededor de algo que los personajes han escrito o leído,
el título corresponde a ese texto.

«El próximo año, sólo llama»


Molly arrebató el cuaderno de manos de Abigail con tanta fuerza que todos escucharon una hoja desgarrándose.

—¿Cómo que una semana? ¡No puede ser una semana! —exclamó, mientras revisaba—.  Maldiciónsíesunasemana. ¡Tenemos mal todo!

A estas alturas, ya no sabían si estaban destrozando la línea de tiempo de la novela, o si la línea de tiempo de la novela los estaba destrozando a ellos. Abigail estaba feliz de recordarles que eso no estaría pasando si hubieran planeado mejor antes de ponerse a escribir. Cuando lo hizo, Ana olvidó pedirle amablemente que se callara la boca, como usualmente habría hecho, así que Alan cedió ante la presión y prometió hacer las correcciones.

Abigail y Molly sabían que eso significaba que tendrían que hacer una cacería de errores después. Ninguna lo dijo y el silencio se extendió varios segundos en la sala de Alan. Era como si alguien hubiera olvidado su parte en una obra de teatro.

—Haru, ¿otra vez nos estás poniendo los cuernos con otra novela? —dijo Alan, ligeramente enfadado—. Al menos escribe algo que puedas terminar, ¿no? La forma en que miras al vacío cuando te da un bloqueo literario es perturbadora.

Lo hacía sonar como si el bloqueo de escritor fuera una enfermedad. Abigail y Molly pensaban que era sólo una forma de hablar, pero Ana (alias Haru) creía que eso era exactamente lo que era.

—Sólo tú saltarías a semejante conclusión sólo porque  estoy distraída —le reclamó.

—Es mi superpoder —él tomó sus palabras como una admisión de culpa—. A ver, déjanos leerlo y trataremos de ayudarte a encontrar la siguiente frase. Así podemos volver a trabajar.

—Pues te equivocas —Ana se cruzó de brazos. Luego, soltando un suspiro melancólico, agregó:—. Y esto es culpa de Molly. “Escribir sobre lo que te molesta ayuda mucho”, dijo.

—¿No funcionó? —preguntó Molly.

Todos interrumpieron más o menos al mismo tiempo.

—¿Qué? —Alan estaba riéndose.

—¡Estoy peor! —Ana emitió un quejido que debía haber sonado lastimero, pero en ella parecía amenazante. Luego, con el tono de irritación con que señalaba errores argumentales, explicó:—. Ahora tengo este personaje que es un conquistador de galaxias, y va y tortura a los vecinos de sus padres para tener con que pasar el tiempo, y su mamá está toda angustiada  porque van a perder varios contactos si esa gente se ofende por…

—¿Pues qué problemas tienes que acabaste escribiendo eso? —dijo Abigail, con una mueca.

—¡Eso no tiene nada que ver con ir a casa en navidad! —Molly era la única que sabía cuál era el dilema de su amiga, pero eso no le ayudaba a entender nada.

Eso bastaba para que Alan entendiera. Era su superpoder, después de todo.

—¿Tú familia te invita a una cena de navidad que dará para sus vecinos? ¿Estás segura de que tu protagonista no prefiere herir a sus padres, en lugar de los inocentes vecinos?

—Sería lo más justo —admitió Ana—, pero recuerda que son el tipo de gente que  invitaría a su amado hijo a una cena aburrida. Son mejores villanos de lo que él podría ser aún en sus mejores sueños.

Molly asintió solemnemente.

—Sea como sea, el cuento lo terminé. El problema es que no le encuentro título. Todo suena demasiado serio o demasiado corto.

Abigail estaba negando con la cabeza. Antes de que abriera la boca ya todos sabían que no iba a hablar sobre el cuento.

—¿Por  qué vas a ir a una cena que te parece aburrida? Esa no eres tú.

—Es que no voy a ir. ¡Pero los voy a extrañar! —Ana prácticamente suspiró—Todos  los años es la misma estupidez.

—Si quieres puedo pasar la nochebuena contigo —ofreció Alan.

—Oh, ¿tú me vas a animar? —replicó Ana, con tono sugerente.

—En cualquier forma que te apetezca —él intentó imitarla, pero no funcionó muy bien.

—Muy amable, lover boy —dijo Molly—, pero ella igual va a pasar la nochebuena separada de su familia.

¿Y por qué no los llamas? —recomendó Abigail.

—Porque entonces empiezan a preguntar porque no voy a ir, y me regañan como si fuera una niña caprichosa, hasta que acabo tan enojada que me porto como una niña caprichosa. Y luego, claro, se…

—Y quedan peleados —Molly volvía a  asentir con aire de buena conocedora.

—Nah, en la misma hacemos las paces. Es sólo hacer coraje por gusto.

Al oír  eso, los otros le recordaron que así era como ella y su familia se relacionaban. No iba a extrañarlos si estaban peleando como siempre.

—Ustedes tienen una lógica retorcida. Con razón los quiero tanto. ¡Bueno, pues! —Ana se enderezó y le pidió el cuaderno a Molly con un gesto—. ¡A trabajar! Hay que hacer ese dibujito que Aby llama línea de tiempo. Así Alan sólo tiene que hacer una revisión. Y, por todo lo que es bueno, Alan, revisa aunque sea las palabras que te subraya el corrector de ortografía.

Ya no les quedaba mucho tiempo para trabajar ese día, pero lo usarían bien. Ana estaba enfocada ahora que se le había ocurrido un título para su historia y tenía un nuevo enfoque para sus planes de nochebuena.

Casi media hora después, Molly inclinó la cabeza, pensativa, y preguntó:

—Haru, ¿por qué diablos te personifica un conquistador de galaxias?

—Él no me personifica, tonta. Lo que pongo en mis historias es el sentimiento, no a mí misma. Soy muy aburrida como para ser contada.


Cuentos sobre cuentos
Colección de relatos que giran alrededor de algo que los personajes han escrito o leído,
el título corresponde a ese texto.


Como un disco rayado

El joyero estaba en el escritorio. Inocente y temible.

“Mira lo que encontré la semana pasada”, había dicho su madre. “¡Cómo te gustaba esta cosa!”

Cómo en realidad no lo recordaba, Ana decidió vender el joyero. Pero antes tenía que revisarlo. Pesaba demasiado para estar vacío. Quizá contenía algo que acabaría en la repisa de la nostalgia, pero era más probable que también lo vendiera. Lo sabría al verlo. 

¿Por qué no lo había hecho todavía?

Alan no estaba por ahí para advertirle que esa pregunta podía ser importante, así que ella no se preocupó demasiado por responderla.

Sostuvo la caja con ese aire exploratorio que solía usar con los lápices antes de cambiar los  cuadernos por una portátil. Así fue como descubrió la pequeña manija. Ese descubrimiento le trajo una sensación familiar y estaba dándole cuerda a la cajita antes de darse cuenta. Ese traqueteo era, sin duda, la parte más agradable de las cajas de música. Era una oda al ingenio, la canción del ser humano dando vida a un objeto (de una forma perfectamente racional, obviamente).

El sonido la transportaba a esa ocasión en que, con siete años de edad, se había escondido en una pequeña bodega en casa de sus abuelos. Esperaba que sus padres  no se dieran cuenta de su ausencia y volvieran a su hogar sin ella. Su papá la encontró jugando con una antigua caja de música. Al escuchar sus explicaciones, su abuelo había estado conmovido,  pero su abuela no había dudado en darle un buen regaño por asustarlos así. Era un recuerdo divertido, la verdad. ¡Y ella había estado tan feliz, cuando la abuela le regaló este joyero en su octavo cumpleaños!

—“Es la misma canción de tu caja de música” —murmuró Ana, mientras abría el joyero. Al recibirla, tanto tiempo atrás, esas palabras habían sido un grito de sorpresa y alegría. 

Pero, por algún motivo, ahora estaba a punto de llorar.

El joyero sólo pesaba tanto porque era una caja de música. Lo único que había dentro era una hoja de papel,  doblada descuidadamente. Cuando la sacó para revisarla, Ana tuvo esa extraña sensación de haber hecho esto antes.

“Pues claro que lo he hecho antes”, se dijo, irritada. En su adolescencia (cuando escribía novelas de dos hojas en lugar de relatos de cinco mil palabras) siempre tenía hojas sueltas por todas partes. ¿Por qué ésta se sentía especial?

Tal como había supuesto, era su propia letra descuidada, en deslucido lápiz grafito. Algunas manchas con forma de gota hacían más difícil la lectura de algunas palabras.

—Pues, hola, relato sin firmar —murmuró. Sin duda era una historia, con el título garabateado en el margen: “Como un disco rayado”—. No te recuerdo.

La historia comenzaba con una adolescente escuchando la radio. la misma canción sonaba una y otra vez. Aunque no recordaba ese tema, Ana sabía que  no era un invento suyo. ¿Su abuela lo había mencionado? 

Sí. Había sido hacía años.  Estaban haciendo un postre para la celebración de nochebuena y Ana estaba tan concentrada que apenas si había notado la primera vez que su abuela dijo “¡Yo podía pasar todo el día oyendo ‘Oh Carol’!”. Simplemente disfrutaba de la actividad y de la rasposa voz de su abuela, que buceaba en la reminiscencia. Casi la escuchaba sonreír mientras decía que “En aquellos tiempos la música era puro amor y diversión. ¡Yo podía pasar todo el día oyendo ‘Oh Carol’!”

No pareció importante en el momento. Su madre y su abuela ni siquiera notaron la repetición, pero Ana se vio atrapada por la idea de que estaba viviendo el mismo instante por segunda vez. No había podido explicarlo bien, pero su mamá captó la idea al final, y le dio una palabra para esa sensación: “Déjà vu”. Quizá era la novedad, o la palabra era lo suficientemente rara. Por lo que fuera, la pequeña Ana se obsesionó con la idea a tal punto que inspiró su primera historia de ciencia ficción. Terrible, irrescatable. Pero ahí era dónde su destino se había decidido. Y quizá también el de su abuela.  

Una lágrima cayó justo al lado de una de las antiguas manchas que delataban el llanto de la última vez que Ana había leído esta historia.

La escritora compadeció a su yo de trece años, llorando a solas y tentada a destruir aquel ridículo papel y la historia que contenía. No había podido haceerlo, porque la abuela había estado orgullosa cuando se lo leyó. El relato tenia que durar para siempre, junto con los recuerdos que tenía grabados. Pero la abuela ya los había perdido, ¿cierto? ¡No podía recordarla ni siquiera a ella!

—¡Qué dramática era entonces! —Ana intentó reírse, pero recordaba demasiado bien como se había sentido entonces, cuando su abuela le había gritado por primera vez, llamándola extraña, intrusa.

Todos eran extraños esa semana. Pero los demás sabían lo que estaba pasando. Ella estaba en un punto de su vida en que no se enteraba de nadie más que de sí misma, y nadie le había explicado a tiempo. Luego del incidente, todos habían intentado hacerlo, asegurando que la abuelita volvería a la normalidad muy pronto. Ella no había sido incapaz de creerles.

Había sido la verdad, pero también mentira. Aquella pérdida de memoria era temporal. Pero volvió, cada vez con más frecuencia. Todo empeoró, poco a poco, justo ante los ojos de la adolescente, que creció temiendo el día en que la normalidad fuera eso. 

Por años, Ana y su familia habían luchado contra el olvido justo como los aldeanos de su primera novela habían enfrentado a la Mariposa Monarca: a ciegas, sin coordinación, sin esperanza, y con absoluta determinación. Tal como los aldeanos, habían perdido una y otra vez a lo largo de los años. Y seguirían haciéndolo.

No había lugar para las lágrimas. Los recuerdos felices de la abuela aún tenían valor, y lo seguirían teniendo aún cuando ella olvidara. Porque ellos seguirían siendo sus seres queridos, más allá del tiempo y la memoria.

Ana respiró profundo.

Guardó la página en el joyero, justo como antes. Y, justo como antes, cerró la caja mientras pensaba una plegaria por su abuela, por su salud y su felicidad. Y, en secreto, la súplica egoísta de ser recordada.


Cuentos sobre cuentos
Colección de relatos que giran alrededor de algo que los personajes han escrito o leído.
El titulo hace referencia al texto mencionado, no al relato que usted está leyendo.

Minientrada

Dí algo amable
(si puedes)
para esas personas que no saben de versos felices.

Personas
(como tú)
que cuentan finales sencillos y poéticos.

Finales
(imposibles)
que sólo dan su merecido a los villanos de la historia.

Villanos
(convincentes)
que no se molestaban en inventar excusas para su destrucción.

Excusas
(distintas de las tuyas)
que aún siendo la verdad no justificarían sus acciones.

Dí la verdad
(sí, puedes)
sin esa nota cruel que sólo hará que todos decidan ignorarla.

Susurros

Presagios omitidos

Disparador creativo propuesto en un virtual write-in.

Algo brilla al final del pasillo, una especie de luz morada que viene de todas partes y de ningún lugar, igual que esa respiración sibilante que me ha estado siguiendo. Justo como decían esos niños antes de que sus llamadas se interrumpieran.

Jamás los encontraron.

Pero yo estaré bien. A mi favor tengo mis malos hábitos: traigo mi música a todo volumen y estoy viendo la práctica a través de las ventanas en lugar de mirar por dónde voy.

Impostura

No era ella.

Semanas atrás, cuando volvían del Lago Infinito, había elegido creer que esa impresión era el resultado de las obvias diferencias físicas, pero Fidaki no sólo era un chico, más delgado y quizá un poco más alto que Iuner. También era diferente de verdad.

La chiquilla era paciente y reflexiva; tenía la empatía que a Gerusa le faltaba, y buscaba la belleza en todo.

Fidaki era como un petardo: iba a toda prisa y todo lo acababa con un estruendo. No estaba buscando la belleza en ningún lado, porque no estaba buscando nada; excepto, quizá, un nuevo guardarropa. Y nada de lo que había considerado vestir era bello.

Los materiales y el estilo sencillo eran algo más lógico dado el tipo de trabajo que hacían, pero no le sentaban. Sobre todo los colores oscuros, que Gerusa identificaría siempre como un color de adulto. En dónde él había crecido, hubieran dicho que el niño estaba disfrazándose de “persona grande”; algo patético para alguien que lucía como si atravesara la adolescencia. En el único mundo de la capa Terránea, habrían supuesto que era un chico muy triste o muy enojado.

Lo peor era que seguía haciendo cambios y arreglos a cada atuendo. Gerusa temía que perdería la cabeza si tenía que volver a dar su opinión sobre cuál manga estaba mejor doblada.

Iuner quizá tenía gustos poco prácticos, pero no pasaba un minuto eligiendo ropa, mucho menos varias semanas.

Y el problema no era que fuera vanidoso o indeciso.

Lo que había acabado de convencer  a Gerusa de que no había nada de su mejor amiga en este niño, era que Fidaki tenía miedo de todo.

Al inicio, había parecido un cambio positivo. Por fin podía dejar de preocuparse porque la conducta desprendida de su amiga (amigo, ahora) fuera la receta para sufrir una muerte noble y dolorosa. Siempre había pensado que era mejor que tuviera menos de ese valor.

Fidaki tampoco le mostraba la admiración y confianza absolutas que él de ningún modo merecía. Sería lo más saludable para el niño. 

Pensó que había madurado.

Pero una cosa era la prudencia y otra la cobardía. Fidaki caía en lo segundo.

Había conseguido convencerlo de rechazar cada posible asignación en el trabajo durante varias semanas. Incluso cuando se trataba de tareas que Iuner hubiera ido a solicitar, convencida de que ellos eran las personas correctas para el trabajo, este eco suyo prefería mantenerse lejos del peligro.

Si ahora mismo estaban en el banco de datos que un escurridizo ladrón de poca monta podría intentar robar, era porque él había decidido que podía ir sólo y Fidaki lo había alcanzado cuando tomaba el tren.

Ahora parecía nervioso. Eso tampoco solía hacerlo Iuner.

―Niño. No tienes que…

―Tengo que decirte algo ―Fidaki lo interrumpió, pero luego se quedó callado.

Gerusa comenzó a formular una invitación para que continuara, cuando escuchó las puertas de seguridad abriéndose. Todas a la vez.

Vaya delincuente menor les habían asignado. ¡Se suponía que trabajaba solo y se colaba en los edificios, indetectable e inofensivo como la neblina baja!

―Tu revisa el recibidor principal ―ordenó, mientras iba al área de emergencias.

La primera vez que trabajaron juntos, se había negado a dejar que su compañera verificara el área más amplia, pero de inmediato había aprendido que la magia de traslación permitía cubrir más terreno.

No escuchó la protesta del chico.

***

Fidaki corrió hasta la entrada más cercana. Para cuando llegó, la puerta volvía a estar cerrada.

Que extraño.

Si había oído la puerta al abrirse, ¿por qué no la había escuchado al cerrar?

Miró alrededor. Los pasillos que llevaban a bodegas en desuso estaban demasiado oscuros y no había nada que ver en el corredor iluminado. Si alguien se ocultaba en los pasillos, completaría su misión antes de que él volviera. Necesitaba ver esos pasillos.

La luz que se encendió en cada rincón, antinatural y demasiado intensa, lo cegó por un segundo.

―Hichciadv ―la maldición en su idioma natal hizo eco en los pasillos vacíos, mientras las luces volvían a apagarse. Todas.

Había olvidado lo irritante que era esto. ¿Cuánto más iba a durar?

Empezó a andar hacia la puerta antes de que la luz del corredor se encendiera de nuevo. Deslizó el índice sobre la cerradura. Un chasquido anunció que se abría; uno más, que se estaba cerrando. No abriría sin la magia correcta.

Debió haber empezado por esto. 

Tonto.

Y si luego no abría, sería una preocupación para mañana.

Gerusa había dicho que podía atrapar al ladrón él sólo, y tendría que hacerlo, pero sin preocuparse por todas esas salidas.

También encontró cerrada la entrada de empleados. Y la siguiente. Ni una pista del ladrón.

Por fin alcanzó la puerta principal.

―¿Cerraste todo? ―preguntó Gerusa, desde la tienda de regalos, donde dominaba la penumbra―. ¿Puedes dejar la última? Aquí lo esperaremos.

―De acuerdo ―replicó el niño, un poco sorprendido por el tono amable. 

El plan le hubiera parecido razonable: la unica puerta abierta, era un buen cebo Pero estaba impaciente por acabar con esto.

La prisa era un rasgo del otro. “Es una influencia terrible”, pensó Fidaki, con una sonrisa.

El sonido de cristales rotos lo sacó de sus pensamientos.

―¿Puedes  guiarlo hasta acá? ―preguntó Gerusa, más cerca, pero aún en la semioscuridad de la tienda.

Sólo le faltaba decir por favor. Por lo visto, Fidaki no era el único que estaba cambiando. Y no le gustaba la idea.

―¿Yo por qué? ―rezongó, sólo porque de pronto no quería reforzar ese comportamiento tan impropio de su amigo.

Antes de que el otro formulara alguna respuesta, se puso en camino.

No escuchó el suspiro de alivio, y no vio al otro salir de la sala en penumbra mientras él corría sobre sus pasos.

Seguía estando impaciente. Hubiera querido ir de inmediato al sitio donde creía que había oído el ruido. O, mejor todavía, quedarse para detener al tipo. Usualmente esa era su tarea, mientras Gerusa guiaba a la presa. Pero hoy no podía cumplir su tarea habitual.

Un momento.

Ya estaba deteniéndose mientras lo comprendía: Gerusa no sabía que él estaba teniendo problemas que la anciana Iuner no tenía.

Tampoco estaba volviéndose  amable. La cortesía era algo que Gerusa sólo podía imitar. Igual que  una considerable cantidad de actitudes que nacían de las emociones que no podía sentir. Gerusa fingía cuando hacía falta, y sabía que no hacía falta fingir con él.

Lo que vio al darse la vuelta confirmó sus sospechas.

La persona que se deslizaba hacia la salida no era el robusto defensor de las normas que había venido  con él, sino un escuálido y silencioso ladrón. ¿Cómo había  imitado tan bien a su compañero?

Su grito de advertencia fue inaudible incluso para él, como lo era el motor de la puerta que se abría. Lo que sea que estuviera haciendo era algo nuevo para él, a pesar de todo lo que había  visto y oído en sus muchos siglos. No se sentía como magia, debía ser otro tipo de habilidad.

No podía dejar escapar a una persona que además de estar robando, tenía un don no documentado.

Pero tampoco podía detenerlo en sus condiciones actuales.  Si lo intentaba… 

―¡Niño! ―exclamó Gerusa, deteniéndose a su lado.

Fidaki dio un saltito. No lo había oído venir.

―¿Estás bien? ¿Qué pasó?

―¡Que se escapa! ¡Detenlo! ¿Qué diablos haces aquí platicando conmigo?

Por un segundo, Gerusa no hizo nada más que verlo con cara de sorpresa,  luego corrió tras el delincuente.

Fidaki hubiera querido ayudar, pero en lugar de eso se quedó ahí, tratando de recordar si había estado gritándole a Gerusa todo este tiempo.

El silencio absoluto no ayudaba a distraerlo de esas ideas que hubieran podido ser útiles en otro momento pero ahora sólo lo distraían.

¿Silencio… absoluto? Eso no tenía sentido.

***

Gerusa no había perdido los sentidos, pero bien podría ser así. El zumbido era tan fuerte que era imposible concentrarse en otra cosa y sus ojos se habían llenado de lágrimas. Aún así, no aflojó su agarre sobre el delincuente.

Nunca había aprendido a soltar. Iuner solía recomendarle que trabajara en eso, pero se había retractado el día en que fueron al Lago Infinito. Le había dicho que a veces estaba bien aferrarse, siempre que estuviera seguro de que era lomejor.

―Tienes que soltarlo ―gritó Fidaki, a sus espaldas, como si también en eso quisiera contradecir al recuerdo de Iuner.

Se giró hacia la voz, ignorando el quejido del delincuente al que sacudía como un trapo. 

Apenas alcanzó a ver al niño. Sus ojos aún estaban empañados, pese a que el zumbido se había ido repentinamente (¿Cuando escuchó la voz?¿Antes? No lo recordaba). Así, parecía que el niño tenía cara de preguntarle algo, no de dar instrucciones. Pero repitió la orden.

El no obedeció ciegamente como había hecho un par de minutos antes.

―¿Qué está mal contigo? ―preguntó, en cambio.

―Suelta ―dijo el mago, negando con la cabeza―. No es él.

Parpadeó, intentando enfocar la vista. Estaba demasiado oscuro para ver bien al chico, pero se notaba que algo no le gustaba, porque movía la cabeza como buscando el origen de algún tipo de amenaza.

―Déjalo ―insistió, pero estaba sacudiendo las manos como solía hacer Iuner cuando estaba molesta, sólo que mucha más energía―. Hay que buscar lo correcto.

Era como una versión aumentada de su amiga, aquella vez que por fin había conseguido enojarla de verdad, cuando ella todavía no entendía que él no ignoraba a propósito las necesidades y los miedos de los demás.

Era divertido.

―¡Contesta mi pregunta primero! ―insistió Gerusa―Dijiste que cambiarías, pero no en lo importante. Estás diferente en lo importante.

―¡Te dije que lo d…! ―Fidaki se interrumpió y se cruzó de brazos, como un niño tratando de hacer un berrinche sin gritar. Y así, justo así, era Iuner, cuando Gerusa colmaba su paciencia.

El niño vino hacia ellos a grandes zancadas. Ya no cruzaba los brazos, pero tenía los puños apretados y ahora que estaba más cerca, ¿estaba haciendo un puchero?

―Deja ir al tipo ―dijo, pero todo parecía fuera de lugar, porque estaba dirigiéndose al sujeto que prácticamente colgaba en manos de Gerusa―. ¿Por qué no lo haces?

El guerrero estaba culpando a la falta de luz por esa sensación rara de que el movimiento que alcanzaba a ver en la mandíbula del chico no cuadraba con las palabras que acababan de salir de su boca, pero el pensamiento no llegó a formarse del todo, porque entonces el niño exclamó otro “Ya suéltalo” y golpeó al ladrón en el rostro.

Fue un golpe débil, apenas un roce de los largos y delgados dedos del chico. Y sin embargo, el tipo perdió el conocimiento en un instante.

―¿Está vivo? ―preguntó Fidaki, al instante. Su voz era rasposa como si hubiera estado gritando; su tono, desesperado―. ¡Dime que no lo maté! ¡Intenté no matarlo, pero estaba…! ¡Es que me sacó de mis casillas!

―¿Qué?

***

El tipo desesperante estaba vivo.

Efectivamente no era un mago. La encargada del Laboratorio del Noveno Mundo estaba loca de dicha cuando Fidaki le contó que ese criminal había hecho desaparecer su voz con la misma facilidad con la que imitaba a cualquiera de ellos.

―¡Y ni siquiera estaba hablando! Sólo… solo se oía nuestra voz.

Al ir hacia él para hacerlo callar, sabía que estaba tan harto por la suplantación, que lastimaría al muchacho, pero suponía que, si usaba magia gestual en lugar de la que se basaba en sus emociones, podría no ser tan severo.

Pero se  había sentido demasiado… bien.  Había puesto emoción en ese golpe.

Daba igual. Estaba vivo y probablemente mentía al decir que su habilidad de forzar y callar sonidos había desaparecido.

Ahora era problema de alguien más. Lo custodiaban sordos, telépatas, o algún otro guardia al que no podría engañar aunque su poder funcionara.

Fidaki podía ocuparse de sus propias dificultades.

―Cuando me preguntaste que anda mal conmigo. Sí te contesté.

―No, no es cierto. Lo que sea que dijiste, lo dijiste negando la cabeza. Y yo sé que sí te pasa algo.

―Dije que “nada, es normal”. 

―¿Normal? ¡Estás rarísimo!

―Estoy de mal humor. Y… sí, es posible que en eso reaccione un poco como harías tú. Eres una mala influencia.

―¿Y por  qué estás de mal humor? Y si dices que es porque no encuentras accesorios que no te estorben al moverte…

―No. Lo de la ropa es hasta divertido. El problema es la magia.

―¿Qué? Si estás mejor que nunca. Apenas lo tocaste…

―La magia es mejor, pero yo tengo la experiencia de siempre. Todavía no me familiarizo con esto y… se me va de las manos. Así que prácticamente no puedo hacer nada sin preocuparme de volar en pedazos el objetivo o que el efecto dure demasiado. Y a veces se me olvida y… es un lío. Lo odio.

―Oh. Haberlo dicho antes. Tenemos que practicar mucho.

Estuvo a punto de insistir en  lo arriesgado que era, pero Gerusa lo sabía. Y no era la primera vez que lidiaba con un mago o con lecciones en que se corría el riesgo de una muerte accidental.

Sí, debería haberlo dicho antes.


 Inspirado por un ejercicio creativo propuesto en Fantasitura.

Desafío: La historia debe tratar sobre una habilidad obtenido aleatoriamente.

Para esta historia: Manipulación del sonido.

El oponente perfecto

Disparador creativo propuesto por Ale Meza

Bienvenidos al Torneo de los Perdedores, dónde pase lo que pase, ¡alguien sale lastimado!

Nuestro protagonista de hoy, el “Individuo promedio”, enfrenta a su mayor desafío hasta la fecha.

Aquí lo vemos desperdiciando los ahorros de nuestro concursante.
Ahora el Individuo Promedio está buscando satisfacción en sus logros profesionales. ¡Por supuesto! Todo ese esfuerzo no se va a ir a la basura aunque no conserve ni un centavo. ¿Qué hará su rival?

Mantiene la estrategia del reflejo, buscando la felicidad en un vicio. Nuestro protagonista no consigue concluir sus proyectos a tiempo.

¡Pero esperen! ¡Está disfrutando del vicio! ¡Que arriesgada movida!

No hay sorpresa del otro lado de la mesa. El oponente responde con culpa.

¡Tenemos un ciclo de autocompasión! Es hora de “¡Involucrar a un tercero!” Las opciones para este episodio son: Un familiar. Un extraño con un título en psicología. Un extraño en la calle.

Una vez más, los resultados son predecibles. El concursante elige la opción A, su oponente arremete con el clásico “Es mi vida”.

¿Habrá forma de seguir adelante, o este es el fin para nuestro competidor de hoy? Vamos a unos comerciales y en un segundo volvemos con el enfrentamiento de ¡¡¡¡El Individuo Promedio contra Éeeel Miiismo!!!!

Algo estaba mal

No sabía sí escribir sobre la imagen, o sobre una imagen; pero estaba determinada a escribir algo.

Miró el cuadro de texto en blanco, decidida a volver a usar la treta de cambiar el romance de época por cualquier época de romance.

Pero algo estaba mal.

La inspiración no estaba. Quizá se había gastado en ese medio capítulo de las cinco de la tarde o se ocultaba entre los chistes y lamentos de las últimas cinco tardes.

Buscó, buscó… y se resignó rápido a ignorar aquella promesa de una historia. ¿Por qué no? La historia de su vida era olvidar promesas.

 

¡Ah! Las cosas que escribo cuando el disparador creativo está fuera de mi alcance.